Miró sobre su hombro una última vez, no pudiendo evitar aquel sentimiento de que alguien andaba tras su espalda. Quizá el recuerdo de ese pasado que para entonces parecía lejano y distante de aquellas calles putrefactas sobre las que avanzaba a medida que pisaba los desperdicios.
Arrastrando los pies, casi al ritmo de aquel golpeteo frenético de su corazón contra su pecho, el hombre pateó una de esas cosas que no suelen rondar en un lugar como su barrio. Era un juguete, un carrito de esos que él nunca pudo tener, era de color rojo, estaba defectuoso y casi irreconocible, aún así no pudo evitar quedarse observando aquel artefacto.
Le recordó a su hijo Andrés, un niño alegre y espontáneo que para entonces ya debía ser todo un hombre, sus recuerdos eran vagos y no tenía fotografías, así que no le quedó de otra más que imaginar su rostro ya adulto. Mentiría si dijera que no esperaba que Andrés se pareciera a él. Mentiría si dijera que no esperaba que Andrés fuera justamente todo lo contrario.
Al entrar en la pensión, esquivar los cuerpos tirados e ignorar los gruñidos de auxilio de un enfermo, el hombre se miró al único espejo del lugar, estaba roto y le costaba verse a sí mismo, casi no pudo distinguir su piel pálida y sus ojos saltones, no pudo darse cuenta de que sus dientes estaban cada vez más desgastados y que las llagas habían comenzado a formarse también en su mejilla izquierda.
En un movimiento involuntario, apretó el carrito rojo que había recogido del piso, se sintió igual que aquel objeto. Viejo. Sucio. Abandonado y sobre todo, sin arreglo.
Sin embargo, aquel sentimiento no fue suficiente para evitar escuchar a los demonios en su cabeza. Atormentado, se sentó en el viejo colchón que esa noche usaba, encendió la pipa armada con sus propias manos y quemó la droga. Todo se sintió momentáneamente mejor, pero por alguna razón, esa noche en particular, necesitaba más…mucho más.
A la mañana siguiente, la policía, en uno de sus muchos allanamientos, encontró el cuerpo tendido sobre la cama, sin mucho ánimo y con muy poca sorpresa, hicieron la notificación de un muerto probablemente por sobredosis en una pensión en el barrio Santa Inés en Bogotá.
Después de todo, Andrés y él si volverían a encontrarse una vez más.
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